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REALIDAD Y LEYENDA
Blog de zebal
21 de Noviembre, 2010 · General

EL CASO DEL HOMBRE QUE VESTÍA DE NEGRO

Beatriz Freixedes tenía cuarenta y seis años, era viuda y con dos hijas de poco más de veinte años. Vivía en la calle Uriburu, casi esquina Lavalle, en Buenos Aires. El año: 1971 y el mes, diciembre. Como le era habitual, fue a tomar el subterráneo en la estación Pasteur, ubicada sobre la calle Corrientes. Cuando se encontraba en el andén, a la espera de la llegada del tren, un hombre, completamente vestido de negro, alto, delgado y de cara muy pálida, se le acercó. Sin presentarse, le dijo: "No tema, en dos días ocurrirá".
    Beatriz se apartó del hombre, considerándolo un loco más. Sin embargo, se quedó impresionada. Algo en el hombre le hizo pensar en algo que no era normal. Por la noche, a la hora de la cena, comentó lo sucedido con sus hijas. Ellas, sin darle mayor importancia, hicieron bromas sobre el hombre. Las bromas sirvieron para tranquilizar a Beatriz pero, de todos modos, se quedó un tanto inquieta.
    Al día siguiente, como todos los días para ir a su trabajo, Beatriz debía tomar el subte. Pero prefirió no hacerlo en la estación Pasteur y caminar hasta la estación de Corrientes y Callao. En el andén, estuvo atenta a la aparición del hombre. El tren se detuvo, ella subió y se sentó junto a una de las ventanillas. No había acabado de acomodar que, como si hubiera surgido desde la nada, el hombre de negro se sentó a su lado. Le dijo: "No tema, mañana es el día". El hombre se levantó de inmediato y, de un modo inexplicable para Beatriz, desapareció en el interior del vagón antes de que el tren detuviera su marcha.
    Beatriz realmente se alarmó y lo contó en su trabajo. Nadie pareció darle importancia a lo que relataba y, al igual que sus hijas, bromearon sobre el tema. Por la noche, muy angustiada, se los dijo a sus hijas. Éstas parecieron prestarle más atención y trataron de tranquilizarla pero, según contarían ellas mismas, no pensaron sino en uno de los tantos hombres que se acercan a una mujer con fines de conquista. Lo demás, según dijeron las jóvenes, era producto de la imaginación de su madre. 
    Al otro día, Beatriz no viajó en el subte y tomó un taxi. Al bajar del taxí, frente al edificio de oficinas en el que trabajaba, en la calle Suipacha al 500, el taxista vio cómo un hombre vestido de negro se acercaba a ella y le hablaba al oído. Ese día Beatriz desapareció. Durante cuatro días no se supo nada de ella. Hasta el día anterior a la navidad.
    La hija mayor, Alicia, recibió un llamado telefónico desde Rawson, provincia de Chubut, ubicada a más de 1400 kilómetros de Buenos Aires. El llamado lo hacían desde una comisaría. Ahí se encontraba Beatriz Freixedes.
    Al regresar a Buenos Aires, en avión, sus hijas la esperaron en el Aeroparque. Al encontrarse con su madre, no dejaron de sorprenderse: el cabello le había crecido como si hubieran pasado meses, sus ojos, castaños, se habían convertido en celestes, y su dentadura, antes con problemas, era perfecta. No fueron estos los únicos cambios que tuvo Beatriz. Su estatura había cambiado, tenía, ahora, cinco centímetros más de alto. Su oído se había agudizado pudiendo captar sonidos que antes le eran desconocidos. Y, muchas veces, adoptaba, repentinamente, una actitud silenciosa, como si estuviera oyendo lo que otros no podían oír. 
    Interrogada sobre lo que le había ocurrido, se limitó a decir que no recordaba absolutamente nada. Inició un tratamiento psiquiátrico que se extendió por algunos meses. El psiquiatra diagnosticó desórdenes de ansiedad pero ninguna enfermedad mental que pudiera perturbarla. 
    En el año 2001, Beatriz, que mantenía un aspecto lozano y juvenil sin haber recurrido a cirugía alguna, hizo un viaje a Mar del Plata. En este centro de veraneo permaneció dos días, habló por teléfono con sus hijas, y, luego, desapareció. Durante mucho tiempo se la buscó pero sin encontrar de ella ni el menor rastro. Algunos testigos, dijeron haber visto a una mujer de sus características internándose en el mar. Se dio por aceptada la teoría de que se había ahogado y su cadáver no pudo ser hallado. 
Palabras claves
publicado por zeballos a las 17:20 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
20 de Noviembre, 2010 · General

EL CASO DE LAS MUJERES SIN ÓRGANOS

El 25 de noviembre de 1893, en una casa de la calle Piedras, en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires, aparecieron tres mujeres asesinadas. Dos de ellas, Ana y Elsa Telsky, eran hermanas y de nacionalidad polaca. La tercera mujer, Benita Alonso, chilena, se desempeñaba como mucama. Las tres mujeres aparecieron desangradas y sin un sólo órgano en el interior de sus cuerpos. 
    Las hermanas Telsky habían llegado un año antes a Buenos Aires en compañía de su padre, Antonio Telsky. El motivo del viaje a la Argentina, era el cobro de una importante herencia: la del tío materno de Antonio, el que se había instalado en el país desde muchos años antes. Sin ningún familiar que no fuera la familia que había permanecido en Polonia, el tío de Antonio le dejó a éste un campo en la provincia de La Pampa y cuatro casas. En una de esas casas se ubicó Antonio con sus dos hijas y contrataron los servicios de una mucama, Benita Alonso y una cocinera, Raquel Duarte. 
    A los cinco meses de estar en Buenos Aires, Antonio falleció. La causa de su muerte, certificada por el conocido médico Andrés Benavidez, fue una hemorragia interna. Sin embargo, en el libro "Las extrañas muertes de la calle Piedras", Gastón Marcillac (seudónimo tras el cual se escondía el comisario José De Lafuente, investigador del caso), dice: "Cuando se pudo averiguar el paradero de Raquel Duarte, empleada en ese tiempo en la casa de los Telsky, aseguró que se había marchado de la casa a raíz de la muerte de Antonio. Este individuo, al parecer, había sufrido una terrible hemorragia; al punto que las sábanas y el piso se encontraban bañados en sangre, y sin que se encontrara una sola gota en el cuerpo de Antonio estando por completo vacío. Faltábale el corazón, riñones, bazo, hígado, páncreas, pulmones, estómago y tripas". 
    Desde la muerte del padre, las hermanas Telsky nunca fueron vistas. Se mantuvieron en el interior de la casa, en un prolongado duelo. La chilena Benita Alonso era la encargada de realizar las compras y atender a los proveedores. Las hermanas carecían de amistades y no recibían visita alguna. Sigue diciendo Gastón Marcillac: "Fue el señor Marcos Tucci, propietario de un mercado de alimentos, el que realizó la denuncia. Un día antes, el 24 de noviembre, Benita le había encargado unos víveres que, dado el peso de los mismos, no podía llevar. Como era habitual, un empleado del mercado se encargaba de la entrega. Ésta debía realizarse en la mañana del 25. Al regresar el empleado diciendo que no le habían abierto la puerta, el señor Marcos Tucci lo hizo regresar en tres ocasiones y una más, en la mañana del 26. Extrañado por la falta de respuesta y conociendo que las hermanas no tenían tratos con los vecinos ni salían de la casa, se hizo presente en la comisaría de la zona. La policía tuvo que forzar la puerta y, al ingresar en la muy amplia aunque un tanto abandonada vivienda, percibieron un fuerte olor que parecía provenir de uno de los cuartos. Al entrar en uno de los dormitorios, compartido por las hermanas, se encontró a las dos mujeres acostadas en sus camas, sin ropas, en medio de un charco de sangre. En el mismo cuarto, en el suelo, se hallaba Benita Alonso, del mismo modo, por completo desvestida y en medio de una gran cantidad de sangre".
    Los cuerpos de las tres mujeres estaban por completo vacíos, sin órganos y sin sangre. La cantidad de sangre que se encontró junto a los cuerpos no era la suficiente en cuanto a la normal en el cuerpo humano, por lo que, la mayor parte del líquido había desaparecido del mismo modo que los órganos. A ellas tres, como, a Antonio Telsky, les faltaban el corazón, estómago, intestinos, bazo, páncreas, riñones y pulmones.
    En los certificados de defunción, extendidos por un supuesto "Doctor Ginastera" de quien no se conoce ningún dato, la causa de las muertes se debió a una "intoxicación aguda". Nada más se dice. Recién en el año 1929, con la aparición del libro de Marcillac pudo conocerse parte de la verdad del caso. Sin embargo, Marcillac no encontró una explicación de lo ocurrido. Su hijo, Luis María De Lafuente, en 1933, después de la muerte de su padre, reinició la investigación por cuenta propia. En el mes de abril del año siguiente, entregó varias anotaciones al médico Carlos Alvárez, profesor de la Universidad de Buenos Aires. Según estas anotaciones, Luis María estaba muy cerca de conocer la verdadera causa de lo sucedido. Sin embargo, curiosamente, se le encontró muerto, al parecer como consecuencia de una "intoxicación", como describe el certificado de defunción. El doctor Álvarez falleció en 1935. Las notas fueron encontradas en el año 2008. Aunque se carece de pruebas que puedan corroborarlo, era un comentario popular que el de la familia Telsky no había sido el único caso con esas características. El mismo suceso se habría repetido seis veces más. Esto es dudoso ya que Marcillac no hace mención a ello. Pero es lo que se dice, aparentemente comprobado, en las notas de su hijo. 
Palabras claves
publicado por zeballos a las 16:56 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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